lunes, 18 de enero de 2010

Manifiesto alcohólico.

El tomó un billete de diez dólares que tenía en la mochila verde y salió a hacer una llamada internacional. Mi teléfono sonó con un número desconocido de usuario. Acepté la llamada, era él, estaba hablando desde un teléfono público en un pueblo parecido a alguno que apareciese en algún relato mexicano del siglo XVIII. Hacía calor donde él estaba, y yo en cambio tenía frío a pesar de estar cerca de una playa; le pregunté como estaba, él contestó que bien, que un poco borracho, y que desde su partida había hecho dos ó tres llamadas, todas a mi y ninguna a su madre, qué ahora se daba cuenta en medio de tantas cosas de que no tenía madre.
Charlamos por unos minutos antes que hubiera interferencia y se cortara la llamada. 
Me tranquilizó oírlo, ahora ni siquiera me apetecía jalar las dos líneas que había preparado sobre la mesa de noche.
Mi brasiere se secaba en el tubo de la cortina en la regadera, el piso estaba lleno de arena, me iba a dar un baño pero en vez de eso decidí, mejor, salir a cenar.
Me quité los calcetines y me puse unos zapatos altos de madera, agarré un vestido que aún tenía la etiqueta y después tomé un bolso de seda y metí mi basura en él.
Paré un taxi, esta vez no tenía tanto dinero así que tuve que regatear.
Decidí ir a un restaurante de comida italiana, pedí un vino y un Penne con camarones en salsa rosa, lo acabé despacio pagué y salí a caminar.
Al llegar al hotel encendí la luz de la habitación y me puse de nuevo los calcetines; la regadera goteaba, la ventana estaba cerrada y a lo lejos aún se oía la brisa del mar, estaba picado.
En la mesa de la habitación estaba una vela encendida, el mosquitero se aferraba a la cabecera de mi cama, en ella sostenía un libro de Bukowski, "Escritos de un viejo indecente" y la VOGUE española del mes.
Estaba bastante hastiada, me di la vuelta, abracé la almohada y respiré muy fuerte, después apagué la vela y saqué un libro de Ibargüengoitia de mi maleta, lo comencé a leer.
Media hora después tocaron a la puerta, era la encargada del lugar preguntando si necesitaba algo. -Estoy bien gracias, pero podría despertarme a las seis de la mañana por favor, gracias.
Después de eso me senté en la ventana a fumar, apagué las luces y encendí de nuevo la vela, sabía que si me recostaba me iba a quedar dormida de nuevo.
Pasó una hora antes de que me cansara de sostener mis pies sobre una silla, me quité de nuevo los calcetines y los lancé a un costado, me recosté sobre las almohadas y de repente surgió en mi cabeza:
-Mierda!, se me olvidó apagar la luz de la cocina y decirle a mi hermana que soy alcohólica. 


8 comentarios:

Lester Oliveros dijo...

Esto es sólo para que vean, los niños que empiezan a tomar, que ser alcoholico es para profesionales de alguna ciencia oculta...jajaja

pablo chuken dijo...

Grato!, me produce un particular erotismo tus narraciones, a veces pienso que si fuera mujer, habría sido como vos...

Prado dijo...

emborracharme en la playa es algo que ya no me permito. el calor y la resaca juntos, son maravillosamente horrorosos. me basta con uno de los dos. igual, celebro tu actitud.

producto1606 dijo...

Léster: Uy no, ni profesional ni cosa de grandes. Abrazos.

Pablo: Seríamos amigas o enemigas si fueras mujer?.
Saludos.

Prado: La playa suele ser un bonito escape, pero nunca del alcohol. Abrazo!.

pablo chuken dijo...

Ah! habríamos sido las mas chingonas de la ciudad!

Goríron dijo...

Qué buenas narraciones vos, hay cosas que delatan mucho que sos vos, jeje, abrazo hasta por allá.

Ivan Guas dijo...

Me gusta como redactas!!!

=)

producto1606 dijo...

Pablo: Como me hubiera gustado que fueras mujer.

Gorirón: Será usté?, no creo, pero el pez murió por su boca. jaja.

Iván: Gracias. :)