la calle se alejaba, yo me quedaba en el mismo sitio.
Sentada en un banco de madera de pino,
recogiendo el vestido verde que llegaba hasta el suelo,
empapándose en el charco de lluvia que se formaba entre el empedrado.
Los cigarrillos que te fumaste aún aliviaban el olor de mis manos,
mis manos olían a colonia azul y a canela, jabón de ropa y arroz quemado.
Me persigné y me acordé de Dios, de aquel que está en la alacena con una vela,
con un vaso y una rosa seca, ese Dios, que es mío,
es mío porque yo sé como hablarle,
como llorar en silencio frente a él,
con una cartela de la Magdalena, que Dios me ayude en el final,
que no supe como tomar sin embriagarme.
Ya dejé de esperarte,
comencé a remendarme con tela nueva.
2 comentarios:
que Dios se manifieste en nuestras cuentas bancarias, como dijo W.A. Así podríamos comprar cosas útiles como una olla de arroz que no lo queme. Yo me compraría un bisoñé, para decirle a todo el mundo que hay algo muerto en mi cabeza. Y se pudre.
me gusta, no se por qué.
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