Lola paró un taxi mientras sostenía aún un cigarrillo en la mano.
Se sintió muy mal en ese momento, pues era un tiempo muerto, el viaje en taxi, le dio tiempo de distraerse en sus propios pensamientos.
Lola sintió una ráfaga de sentimientos nostálgicos seguidos de una sensación de vacío.
A lo lejos estaba el edificio a donde se dirigía, pagó y al bajar del taxi prendió otro cigarrillo, espero afuera un rato, caminó de un lado a otro, se quitó los guantes y se puso las gafas oscuras.
No sabía que pensar en ese momento, sus manos sudaban, su aliento se enfriaba.
Lamió su dedo índice y luego mojó sus labios.
Miraba sus zapatillas rojas altas, de quince centímetros mientras respiraba cada vez con más fuerza. Pasaron quince minutos antes de que Lola decidiera entrar. Al animarse por fin, levantó la cabeza, se secó las manos, y de pasos largos y seguros entró hasta el edificio, sonrió y apagó el cigarrillo. Subió hasta el estudio. El hombrecillo estaba ahí, Lola lo vió a lo lejos, esbozó una risilla, se sacó los lentes y acomodó su cabello. Él cayó de inmediato.
Nunca se enteraría de la incertidumbre de Lola antes de entrar al edificio, ni jamás estaría al día siguiente, cuándo Lola lloraba en la tina hasta que daba la madrugada.
3 comentarios:
muy bueno
ahhh que bueno... lo historia secreta siempre es mejor que la contada
Gracias.
La otra cara de la moneda.
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