domingo, 20 de marzo de 2011

Llamada perdida.

Lola estaba fumándose un cigarrillo cerca de la estación del metro. Estaba nerviosa e intranquila, pero ese era su estado natural.
Miguel pasó a su lado empujándola de un hombo, haciéndole botar el cigarrillo. Ella se volteó un poco molesta pero él ni siquiera la notó. Lola era una chica de diminuta estatura, de apariencia enferma, cabellos largos, labios muy gruesos, brazos delgados, pálida y de pestañas cortas. Siempre llebava tacones y un bolso de diseño.
Un poco encendida por ese empujón, caminó hacia Miguel. Un hombre de mediana edad y aspecto gastado, voz rasposa, cabellos ligeramente largos y desordenados, grosera expresión y barba de varios días.
Al llegar atrás de Miguel, Lola gritó:
-Hey! Hey!.. Panzón! Hey vago!
Miguel volteó cabreado y al ver a Lola sonrió.
-Qué pasa, nena?.
-Ten cuidado vejestorio, casi me avientas!.
Miguel se enfadó, se volteó, vio a Lola una vez más y siguió caminando. (Perra loca) Murmuró.

Lola prendió otro cigarrillo. Un minuto después el taxi estaba ahí. La llevó hasta esa galería dónde expondría su mejor amigo. Era su segundo un solo show. No podía faltar, pues faltó al primero.
Al entrar al lugar corrió a saludar a su amigo, él se veía feliz, eso tranquilizó a Lola. Se bebieron un par de vinos mientras charlaban de la gente que llegaba, una a una. Charlaron también de la gente que no llegó. Pasó un largo rato antes de que Lola sintiera la necesidad de fumar otra vez. Salió a comprar cigarrillos. De la nada se percató que ahí estaba Miguel en la misma caseta, había llegado, también a la muestra, estaba comprando un octavo de wiski. Lola lo vió fijamente e hizo un gesto de desprecio.
Lo recordó bien.
Miguel la vió le guiñó el ojo y se rió para sus adentros.
Adentro de la galería repleta de gente Lola conoció oficialmente a Miguel, esta ves su amigo Antonio se lo presentó. Lola bajó la cabeza, rió y se dió la vuelta.
Salió a la calle a coger un taxi. Miguel desde atrás paró uno y con un gesto de mano le ofreció a Lola que entrara. Ella frunció la boca y le dijo:
-Gracias.
Entró al taxi, y luego Miguel entró también.
Ella se le quedó viendo fijamente, él se rió y le guiñó el ojo. Lola no pudo echarlo, hubo algo en ese gesto que lo hizo quedarse.
-En dónde vives?, le preguntó Miguel a Lola.
-Vivo cerca del centro, muy cerca de acá.
-Por qué no te vas caminando?
-Tengo zapatos altos.
-Son unos zapatos muy feos.
-No eres muy viejo para estar despierto a esta hora?.
-No eres muy joven para usar tanto maquillaje?.
Lola se rió, en tono de complicidad.
-Yo vivo en la calle 20. Dijo él.
Lola se volteó a la ventana.
-Tu pagarás el viaje. Yo me quedo acá.
Miguel cerró la puerta del taxi, bajó el vidrio y le lanzó un beso a la chica. La ha dejado en la puerta de su casa.
Esa noche Lola pensó en Miguel, en su grosero modo, su arrogancia. En qué pasaría ahora que sabía en dónde vivía ella?. Sin embargo en la tina no pudo dejar de masturbase pensando en él. Ese gesto le ha sorprendido hasta a ella misma.
Pasaron un par de días semanas antes de que Miguel volviese a aparecer de nuevo en la vida de Lola. Ella caminaba del mercado a su casa. Él estaba hablando con un vendedor de peródicos, fumando un cigarrillo afuera de un automóvil negro.
Lola lo miró desde atrás de una hielera, cómo una vouyerista aficionada. Sin embargo no lo saludaría. Es que llevaba zapatos bajos. Así que corrió a casa desviándose ocho cuadras para no topárselo.
Después de eso pasó un mes antes de que volvieran a verse. Lola ya se había olvidado por completo del asunto. Miguel llegó a la casa de Lola. Olía a Wiski, llevaba un gran saco. La chica lo vió de pies a cabeza.
-Qué quieres?.
-Quieres tomarte un wiski?. Le preguntó él.
Lola asintió con la cabeza y le pidió que esperara un segundo. Entró a coger un abrigo, a pintarse los labios y aponerse unos tacones muy altos.
Bebieron y charlaron, era muy temprano, a penas las tres de la tarde. Miguel tomó a Lola de la mano. Ella le correspondió con una sonrisa. Ambos eran muy astutos.
Ella lo invitó a su casa. Estando ahí cogieron hasta el amanecer. Lola se preguntaba de dónde había surgido ese deseo, por qué quería hacerle esas cosas a un hombre extraño? Por qué se había fijado en alguien cómo él, alguien que jamás imaginó. Un hombre que seguramente había visto ya muchas veces, pero no se había fijado en él, hasta que la empujó en la calle. Había una diferencia de edad muy grande, una diferencia a la vista.
Al mediodía Lola despertó y vio a Miguel. Ella era una chiquilla, que veía a ese hombre dormir cómo si fuese a desvanecerce con la tarde.
Al dejar la casa de Lola, Miguel gruñó un poco y se despidió con un beso.
Ella estaba fascinada con ese ogro. Pero el ogro era un personaje un poco efímero en la vida de la chica. En ocasiones a Lola se le hacía un poco injusto, y se entretenía con uno que otro amante conocido.
Sin embargo no se le hacía suficiente.
Un martes Lola enfrentó a Miguel y le ha confesado sus verdaderos sentimientos. Él se lo ha tomado de la forma más tranquila posible, lo que alarmó a Lola, ya que jamás le dió más respuesta, que una sonrisa.
Ella no pudo verlo a los ojos ese día, estaba destrozada. Antes de irse Miguel le ha pedido a la chica su número de teléfono, diciéndole que no podría llegar a verle el siguiente martes. Aunque tenían varios meses de verse, no habían intercambiado números telefónicos, se veían por arreglo, cada martes a las 5, salían a veces a cenar algo y luego a casa de Lola, a veces cogían antes de salir, a veces pasaban la noche juntos, a veces no.
Lola no recibió ninguna llamada de Miguel en 15 días.
Esa noche, martes, Lola se enojó tanto que salió a un bar y se ligó a un tipo, un jovencito rubiecillo de sue edad.
En la mañana Lola echó al tipo de su casa y bajó por el periódico. La portera le dijo:
-El hombre de la chaqueta que viene cada semana vino anoche y le ha dejado esto.
Una nota, decía:
" Loli, te he venido a buscar y no estás. En donde estábas?, estaré esperándote en el bar de en frente en la mesa del ventanal. Hablemos de nosotros. Esta vez vine a quedarme.".
Lola corrió al bar. Por supuesto que no estaría ahí, era de mañana. Por supuesto que había visto a Lola entrar borracha con alguien más, era la ventana que daba a su casa.
Al revisar su teléfono había una llamada perdida de un número desconocido. Por supuesto, era él. 
Lucía no había escuchado jamás a Miguel por teléfono. Se preguntó cómo sería su voz.
Llamó y llamó, y no tuvo respuesta.
Dejó un mensaje, que jamás fue respondido.
Lola toma ahora clases de yoga.
Cada martes. 




1 comentario:

Anónimo dijo...

a veces pasamos la vida, pasandola de un lado a otro de esquina a esquina pero un cigarillo puede cambiar completamente la historia