domingo, 10 de agosto de 2014

Trinidad y la cara de la conquista.


Un grupo de señoras se reúne en un café de Beverly Hills un domingo por la tarde. Una de ellas lleva a tres niños Una mujer un poco obesa, morena y bajita corretea a uno de esos niños mientras este, hace un capricho porque la servilleta que cargaba en su mano se mojó.

En el café, le ofrecen servicio a las mujeres que pagan por una bebida exótica con hojas de naranja. Uno de los baristas le da a la niñera un vaso de agua con hielo que se atasca casi inmediatamente.
La madre es da unas galletas a los niños y los deja en una mesa con la niñera.
L madre, luego, camina a una mesa que queda a lado mío y se junta con otras dos mujeres que se ven muy parecida a ellas. Mujeres de mediana edad con lentes oscuros, cabello pintado muy rubio y bolsos de diseñador ostentosos.

Comienzan a hablar sobre el lugar, luego sobre automóviles y en algún momento una de ellas trae al tema a la niñera. A lo lejos escucho que ella se llama: Trinidad. Pero la mujer a su conveniencia le dice Trinity, porque es más fácil. Of curse. Otra mujer comenta que poor girl, que se debe cansar mucho porque está muy gorda. La mujer como en tono de complicidad le dice: I know. Que ha tratado meses para que Trinity comience a ejercitarse en las mañanas, que hasta le ha dicho que si quiere, que use las máquinas viejas que están en la casa de la piscina para hacer ejercicio pero que no quiere, que no lo hace y que es su problema.
Las mujeres cierran el tema y vuelven a hablar de sus cotidianas preocupaciones.

Me levanto al baño y cuándo regreso paso al lado de Trinidad y le pregunto que si quiere que le traiga más agua. Ella dice que no, gracias. Pero que muy amable.
Le pregunto a Trinidad que de donde es y ella me dice que es del Salvador. Yo le dije que le reconocí el acento y ambas reimos un rato. Después de un segundo veo que la madre de los tres malcriados niños le da una mirada a Trinidad. Ella se despide de mi y me desea un buen día con lo que prosigue a echarme una bendición.
La mujer me sigue con la mirada y al final me da una sonrisa. Yo no se la devuelvo, por supuesto.

A los pocos minutos veo a la mujer levantarse y llevarle a los niños unos caramelos que saca de su bolsillo. Los niños los comen. También le da uno a Trinidad que guarda en su bolsa de CVS.

La mujer regresa a su mesa con el resto de mujeres. Una de ellas le hace un comentario diciendo que ¡Qué difícil ser mamá!

La mujer asiente con la cabeza mientras saca su iPhone y se toma una selfie con su grupo de amigas detrás. Ellas siguen con su tertulia.
En un momento ellas comienzan a hablar de nuevo de Trinidad, y de su peso.
Yo sigo mirando a Trinidad y me alegra saber que los niños ya se calmaron jugando con una tableta.
Veo que Trinidad no está tomando nada así que me dirijo al mostrador a pedir algo que se llama “Limonata” que se ve refrescante, y se lo llevo a Trinidad, como excusa para hablar con ella. Me dice que no, que gracias, y luego de una breve negociación la acepta.

Trinidad tenía sed. Trinidad tuvo sed también, cuándo cruzó el desierto. Los hijos de Trinidad no tienen sed, porque las remesitas, los dolaritos que ella les manda se multiplican un poco cuándo entran a su país. No sin antes pagar una cuota de envío que los bancos se quedan con cada dinerito que entra.
El hijo de Trinidad está pensando en venirse a Los Estados, a buscar una vida mejor. El tiene catorce años, pero ella lo convence de que no se venga, que válgame Dios me quedo sin mi niño yo no sé que hacer. Ella dice “Yo aguanté venirme, pero yo ya soy una vieja, ¿quién va a querer hacerle daño a una vieja? pero mi niño, por todo se enferma y viera, es bien guapo. ¡Ay no!, Dios mío... todas las cosas que le pueden pasar” Además él es el que maneja la casa. Sin él no hay nadie que administre el dinero y que les siga dando educación a los niños más pequeños que son dos. Una nena de ocho y otro de once.
Trinidad dice también “Viera que ya me intentaron extorsionar a mi niño, porque en el colegio se enteraron de que yo estoy acá y les mando dinero” Entonces se cambió a la escuela nocturna" Pero a Trinidad le da miedo que se junte con mareros ahí. Pero ella confía en que la bondad de Dios no permitirá que su hijo siga malos pasos.
Trinidad sabe que la vida es difícil allá y también lo es acá. Que allá se come otro tipo de mierda.
A su esposo se lo mataron, en una pelea ajena, por defender a un su primo que parece que estaba metidos en una pandilla que robaba carros. Pero así es la vida según Trinidad “La vida cambia de un día a otro, uno ya no sabe, nada más es de pedirle a Diosito que uno pueda seguir adelante”
“Mireme usté, cuidando cipotes ajenos” “Pero con tal de llevarles un pan a la mesa a mis nenes”.


"Trinity" vive en la casa de sus patrones, y no tiene horario de trabajo. Ella está obesa porque su trabajo no le permite comer a las horas que ella quiere. Tampoco le interesa hacer ejercicio. Y no entiende la dieta de sus patrones. Así que por lo general come de la comida de los niños.
Trinidad usa su tiempo libre para tomar clases de inglés y largarse de esa casa lo antes posible. Quiere trabajar de enfermera, su oficio en su país.
Su país, un país donde comía más mierda, un país donde no queda más que persignarse y darle la suerte de la vida a una fuerza sobre natural que necesitamos para pensar que las cosas van a estar mejor.
Un país clasista, donde los pobres solo pueden llegar a la misería y los indios están condenados a la exclusión. Un país donde los ricos tienen gula y los pobres tienen ira.
Un país donde se vive en un eterno esquema de corrupción, abierta y sistematizada. Un país golpeado por una historia política sin sanar. Sin oportunidades para los más pobres porque a quién putas le importa un cerote que de plano de va a volver marero o a una pisada que solo para tener hijos sirve.


Y lo entiendo, entiendo a la burguesía, entiendo a la mierda oligarquía conservadora de Centro América. Ver la realidad es como mirar directamente al sol. Los va a dejar ciegos, los va a herir y aunque lo vean, de nada sirve, porque lo único que hará eso es volverlos incapaces de hacerlos ver de nuevo.


La inmigración no se dio de un día a otro. La inmigración comenzó hace cientos de años del lado opuesto, cuándo nos colonizaron. Ese genocidio que nadie menciona, ese saqueo que nadie quiere repasar. Esa sumisión. El sincretismo que vivimos en carne. Esa mentalidad que arrastra la conquista. Ese racismo, esa sacralización de lo extranjero, de lo accidental. Ese complejo de Estocolmo con que vivimos el día a día.

Gente que se enorgullece de su sangre “europea” esa sangre  europea que trajeron en barcos para derramar la sangre de nuestros nativos. Esos hombres que mandaron para que violaran a nuestras mujeres y “purificaran” la sangre.
Eso somos: Los ladinos. Esos somos: La cara de la conquista. Ese vestigio que sobró para recordarnos día a día de quienes abusaron en el pasado.
Y nosotros, los ladinos, tenemos el espejo para acordarnos que somos la cara de la colonización en carne fresca y en sangre palpitante.

Así que la próxima vez que insulte a alguien por ser indígena y decidir irse de esa tierra con una historia llena de abusos que los sigue trayendo a flor de piel, que los sigue excluyendo y privándolos de sus derechos con violencia física y emocional, mírese al espejo, véase la geta, recuérdese de que usted es la cara de la colonización, la cara de la conquista, y entenderá porque los inmigrantes deciden ir a comer mierda a otro sitio y entonces, ahí, les dará la razón.


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