El lunes se asomaba feroz entre la madrugada ausente de compañía y el amanecer soñoliento lleno de figuras antropomorfas en la televisión. El reloj de manecillas siempre apuntando las nueve treintaicinco, uno que otro bicho paseando sobre el diván lleno de ropa de hace varios días, los zapatos mojados de lluvia en la antesala, el paraguas extendido en medio de una planta, el frasco de perfume destapado, la foto desgastada de la juventud de mi abuela, recordándome con su frugal expresión todo lo que no tengo para desperdiciar, el entorno carcomiendo mi ser de a poco, los poemas que me han escrito doblados entre una agenda del 2005, el olvido y la extraña certeza de poseer algo que no me pertenece, la incertidumbre que invade mi inseguridad, la trillada ilusión mezclada con temor, la música ochentera rodeando la cama y rebotando en el techo.
Comienzo a quererte y a sentir un extraño deseo,
a desear complicidad.
Pero tu no sientes eso, aunque lo creas así.
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