miércoles, 12 de agosto de 2009

Amanecer.



El día se encerraba en cuatro paredes para mí, 
esperando entre las sábanas poder recordar un poco de tu aroma;
pensando en el silencio que no se puede esconder con nada, 
que no desaparece ni siquiera con el amanecer.
Pobre de mí, derramada sobre una incertidumbre de deseo y desconsuelo, 
el cigarrillo a medio fumar, el dolor en mi pecho, 
la sangre corriendo hasta mi cabeza.
El olor de libros viejos casi se desvanece con el cálido ambiente de los amaneceres en las habitaciones, 
la cocina aún conserva un poco de gazpacho de ayer, mi mano en la entrepierna simulando un poco de lo que era conservar tu compañía.
El segundo en el que abro los ojos comienzo a planear mi día de a poco, 
a esconder el miedo a la gente, sentir mis entrañas revolviendose, 
y tu invadiendo cada parte de lo que alguna vez fuí.

La soledad era mi amiga hasta que tú peleaste con ella.

No hay comentarios: