cosa que no era mala necesariamente.
Esa tarde Lucía se encontró a ella misma empolvándose el pecho y hablando con su amigo por teléfono; una voz chillona y de tono malcriado salía del altavoz, la invitaba a tomar vino a algún bar del centro.
Lucía tomó uno de los frascos de perfume que guardaba en su gaveta y lo roció en su cuello, tomó un poco entre sus dedos y lo puso detrás de su oreja derecha, otro poco entre sus senos, y lo último que tenía en la mano lo puso en su labio superior. Escogió entre su plétora de vestimentas una blusa negra con encaje, una bermuda gris Prada y unos tacones altísimos de diseñador.
Lucía era de aspecto extraño, ojos grandes y redondos, labios brillantes y pálidos como su cara, pero siempre bien ocultos bajo algún pintaboca de fuerte color, pelo largo y obscuro, ligeramente rizado, nariz exagerada con la punta ligeramente respingada, hombros frágiles, espalda delgada, expresión entristecida y atenta, piernas labradas y magras que le gustaba mostrar, su voz era un poco grave y con una insinuación formal, su cuello era estirado y débil, su porte enfermo, su ropa era siempre floja y sus pies cubiertos con infaltables zapatos altos, no le gustaba usar sujetador, sus pechos eran pequeños y aguzados, como sus brazos que siempre terminaban en un cigarrillo.
Esa noche Lucía entró al bar donde la esperaría su mimado amigo, encontró caras familiares, algunas le gustaban, algunas les disgustaban, unos ex amigos, unos ex amantes, unos desconocidos, ninguno de ellos era su cita; él estaba retrasado, al darse cuenta de eso, Lucía hizo un gesto de molestia y pidió un Jack Daniels en las rocas, se lo bebió casi de un solo y se recordó nostálgicamente de la vez en que conoció a su primer amor, tenía diez y seis años, bebía whisky en las rocas y buscaba ingenuos temas de conversación para poder cautivarle, él al tanto de eso se dejaba engatusar a pesar de ser casi veinte años mayor que ella.
Por supuesto, el idilio no duró más que un par de meses, eso le dejó a Lucía un sabor agrio en la boca, un corazón frívolo y una serie de inquietudes, sobretodo humanísticas, no fuera quién es de no ser por ese cruel amante de el pasado inmediato.
El amigo de Lucía entró al bar, al descubrirla sola y encorvada le besó la espalda, Lucía se volteó de un golpe y lo abrazó con fuerza, él era el único hombre al que en verdad entendía y amaba, y con él pasaba lo mismo, siendo homosexual amaba tanto a Lucía como a él mismo.
Bebieron y rieron con fuerza, hicieron bromas sobre los europeos y se burlaron de las feministas, hablaron de las posibilidades familiares de una soledad decadente, negociaron el último bocado y se besaron las manos. Todo lo usual, porque así lo preferían.
Lucía era hermética, aún así con un aire popular, todos conocían su cara y la identificaban, ella había sido en menos de dos décadas el principio de una trama y un predecible final, ambivalente entre una trama de resolución, y una de rev(b)elación.
Lucía tomó entre su mano la copa y con el meñique sacó la última gota de vino, la saboreó y luego sin voltear tomó su bolso y salió de el sitio. Quería huir, estaba agotada, su amigo la siguió y pagó la cuenta.
Fueron hasta el apartamento de el amigo de Lucía, alejado del centro, más bien en la zona rosa de la ciudad, esos lugares en donde el agua cae dos veces más limpia.
Al entrar al lugar Lucía se descalzó, era un privilegio que solo su amigo conocía, nadie la veía sin altas calzas, después de acomodarse se metió a la tina mientras su amigo cocinaba un bocadillo gourmet.
El teléfono sonó, era el actual amante de Lucía, nadie contestó el móvil, solo se tambaleaba de un lado a otro con la vibración, ambos lo vieron pero nadie se animó a contestarlo.
A los tres minutos volvió a sonar, seguía siendo él.
Lucía contestó.
-Hola, que quieres?
-Nada, quería ver como estabas, con quién estás?, oigo eco, no estás afuera, ni en casa, tu casa tiene ventanales grandes, con quién estás?
-Estoy con mi amigo.
-Que amigo?
-Ese que tu conoces, el que te da celos enfermos a pesar de ser gay.
-Comiste ya?
-No.
-Mmmj.
-Eso es todo?, que pasa?, querías preguntarme algo ayer, qué es?.
-No, no pasa nada, te preguntaré cuándo te vea.
-Adiós.
-Espera, mira, por qué te desapareces niña?
-Ni me desaparezco ni soy niña, tu deberías de saberlo mejor que nadie ahora, tengo que colgar.
-Voy para allá.
-No, no, hola, aló. Hola!, Aló!. Mierda!.
Lucía tiró el móvil, se puso los tacones, tomó una bolsa de la gaveta, guardó un cuchillo de la cocina, salió del apartamento y llamó al elevador.
Su amigo corrió tras ella, la tomó del brazo y se metió al elevador con ella.
Bajaron a la entrada principal, marcaron el código de seguridad y salieron, el pelo de Lucía goteaba.
El amante de Lucía llegó en su automóvil con su perfecta ropa de diseñador, tomó un libro y lo lanzó para el asiento trasero.
Lucía se acercó al automóvil, levantó la ceja y se palpó un hombro.
-Me gusta cuándo te acabas de duchar, estás de mejor humor, y el lunar de tu mejilla se ve más fresco.
Ni siquiera pudo acercar la mano a la cara de Lucía, ella tomó el cuchillo y se lo insertó entre el estómago y el corazón, su mano se ensangrentó.
El amigo de Lucía bajó las tres gradas corriendo y le preguntó,
-Por qué lo hiciste?.
-Porque no podría haberle contestado su pregunta. Contestó Lucía.
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