viernes, 11 de marzo de 2011

Mi querido, amor.

"Mientras llenaban su copa lentamente, su respiración se tornaba cada vez más fuerte pero sútil, sus labios exaltaban deseo y cuestionamientos sobre los sabores que la atormentan en ese momento. No dejaba de ser ella. Sus manos se movían al ritmo que todo el mundo esperaba, sensual, exótica, brutalmente natural, caracteristícas que sólo sus grandes depresiones pudieron controlar".

Luci estaba sentada en la cama esa noche. Fumaba un cigarrillo azul y esperaba a que pasaran las horas, el sonido del reloj invadía la habitación, Etta James al fondo, Lucía se tambaleaba al ritmo del blues, un poco intoxicada de alcohol, y de todo lo que la rodeaba. Bebía ginebra en un vaso de vajilla, se veía al espejo a cada minuto y coqueteaba con ella misma, examinaba sus movimientos, su cabello, su maquillaje, sus grandes ojos y pestañas postizas. Se probaba decenas de tacones, tacones de colores, infaltables, pues ella era diminuta, cómo un llavero, siempre soñó que un hombre la rescataría y la metería en su bolsillo para que escaparan juntos. Siempre intranquila, esa noche, también, estaba intranquila cómo siempre.

Esa noche Lucía esperaba a Baher, baher era su compañero de vida, él entraba a la habitación con la cabeza en alto, paralelamente a eso su vista siempre apuntaba al suelo. Seducía a los espectadores con pocas palabras, muy agudas. Cómo la forma de sus manos, y la respigada silueta. Siempre habían sido incondicionales.
Baher no se aparecía en casa de Lucía, y Luci no lo había notado, ninguno de los dos tenía sentido del tiempo, del espacio, o del resto del mundo.

Por fin Baher, al llegar a casa de Luci, entró sin llamar, ahí estaba ella, sentada al lado de la tina perfumándose el cuello en ropa interior, con el altavoz encendido, charlando con uno de sus amantes, riéndo y prometiendo cosas que ella sabía jamás cumpliría. Baher se le quedó viendo a Luci. Ella sonrió se levantó, lo abrazó, con el dedo gordo del pié colgó el teléfono sin despedirse, se colocó un vestido en tres segundos y le dijo a a Baher: Okei, estoy lista.

Bajaron a un bar con jazz y sushi. Luci estaba un poco borracha para ese entonces, había mezclado sus pastillas para dormir con la ginebra y el vodka. Pero se sentía bien, estando ahí con Baher pensando en lo que no tenía, pero podía conseguir. Pues ambos era jóvenes, y era muy temprano esa noche para perder la esperanza.

Baher salió a atender una llamada, Lucía no acostumbraba a sacar su teléfono al salir de casa. Le parecía un mal innecesario que tratasen de localizarla a todo momento.
Las horas pasaron adentro del bar, entrando a la madrugada, un hombre bien parecido se acercó a Baher y comenzaron a conversar.
Lucía sonrió, se levantó, acarició el cabello de Baher y le susurró al oido: Es hora de que me vaya a casa.
Tomó de golpe lo último de su trago rosado y salió a la calle. Un taxi la esperaba.

Camino a casa fumó un cigarrillo, las luces naranjas de la ciudad siempre le habían causado cierta nostalgia, las noches, las madrugadas, los taxis, el alcohol, todo eso era una terrible tragedia para Lucía. Sin embargo, ella siempre sonreía, pues se veía de cuándo en cuándo en el retro visor.

En casa, salió Lola a recibirla, movió su cola. Lucía se safó los tacones, primero uno, y en el baño otro. Su media estaba rota, así que la botó. Se metió a la regadera. Después de un momento se sentó en la tina. Se quitó una pestaña, luego la otra.
Cantaba: At laaaaaaaast, my love has come along, my lonely days are oooover, and life is like a song.
Lola llegó a la regadera moviendo la cola, de nuevo. Lucía le sorió.

Salió de la tina luego de un rato y se metió a la cama. Sentía frío, cerró las ventanas. Nunca habían vecinos cerca, nadie, nunca había ruido alrededor, más que el que ella hacía.

A la mañana siguiente Lucía despertó más inquieta, debió de haber sido la cocaína.
Sacó un libro de poesía de Passolini, y entonces... de ahí cayó una fotografía, en ella estaba Mateo Estever. Lucía la recogió, la examinó y sintió el perfume de Mateo, cómo una correntada de recuerdos.
Había pasado ya media década, ella tenía 15 años en ese entonces, Mateo la había abandonado en una cafetería con un jardín. Ella sintió que el mundo se derrumbaba ante sus ojos, que desde ese momento tendría que aprender a respirar otra vez. Mateo la vió fijamente unos segundos antes de levantarse. Lucía caminó hasta casa, llevaba una falta de vuelos, un corsét y unos tacones de madera. Al entrar a su casa Lucía lloró una semana entera sin parar. Guardó la falda, el corsét y los tacos en una maleta, jamás los usó de nuevo, jamás los sacó de la maleta, pues sería muy doloroso.
Lucí prometió muchas cosas, que sí creyó en ese entonces. Dió el asunto por resuelto el octavo día. Así que ya nunca volvió a mencionarlo, ni siquiera cuándo bebía ron panameño y cantaba Volverás pensando en él.

Esa tarde vio la foto de Mateo, con nostalgia.

Sacó de su armario un vestido negro de tubo, medias oscuras, tacones muy altos y unos gigantescos lentes. Pintó sus labios muy rojos.
Cogió un taxi, compró unas rosas lilas.
Al llegar, con cuidado colocó las rosas sobre la tumba de Mateo y susurró:
Al principio te dije que si te amaba, sería tu fin.





3 comentarios:

Anónimo dijo...

El final es mi favorito nenita...

Anónimo dijo...

Sólo se ama lo que no se posee totalmente. Marcel Proust

Miss Penny Lane dijo...

wao!