miércoles, 27 de julio de 2011

Anita, lo siento.

La tarde sabía a comida china, 
sentada sola en un banco plástico.
El teléfono no recibía más llamadas que las de mi eterno amante, 
ese que no me ha cogido ni una vez.
La televisión no me contaba nada,
esa puta se negaba porque no le pagaron el cable.
La vida estaba cómo para ponerle Saborín de sobre, 
pero no quería salarla.
Mi padre, lejos, 
debe de estar pensando en mi madre, 
y mi madre a su vez, en mi hermana, 
y mi hermana, Ana, en mi, 
por omisión. 
Yo pensaba en ella, al ver su foto en un relicario, 
esperanzada hacia unos años. 
La última vez que vi su rostro, me pedía que me fuera, 
y que no le mintiera.
No le mentí, 
así que me fui.

No hay comentarios: