lunes, 8 de agosto de 2011

A 25 minutos sin tráfico.

La chica entro al restorant, esperando el mal servicio que tienen los lugares llenos de meseros sudorosos y mal salariados.
Pidió un té, el calor inundaba el salón, lleno de empleados del gobierno de mirada lasciva. El centro siempre guardaba ese desencanto al mediodía. La cuchara que estaba sobre la mesa reflejaba las luces amarillas prendidas sobre el cartel de "no fumar". Los olores se volvían cada vez más imperceptibles. Cuando pasas demasiado tiempo fuera de casa, comienzas a reconocer con más facilidad a los melancólicos, te vuelves su amigo, te llenas de anécdotas a su lado y los escuchas sin entusiasmo. 
La chica siempre iba a ese mismo cafetín, siempre pedía el mismo té, siempre andaba de resaca, siempre limpiaba su nariz sangrante con servilletas Suli del lugar, siempre mordía sus uñas y jugaba con su cabello teñido, siempre sonaba su teléfono con uno que otro moribundo de vez en cuando. Siempre tomaba la mano de sus amigos y veía la infinita belleza en ellos, siempre pensaba en su hermana. Siempre era la misma mujercita cínica e impuntual, la que maldice y usa tacones muy altos, la que siempre lleva la boca colorada y lentes oscuros, la que hace y deshace por puro capricho.
Todo parecía igual.  
La diferencia era que ahora, tenía con quién compartirlo.