Con la angustia acompañándome en la noche, te vi,
entre multitudes antropomorfas y rubor carmesí.
La cabeza levanté y a los pálidos muros contemplé,
entre congeladas cabezas tu figura que algún día habré.
Déjenme pasar, déjenme abrazar a mi amado,
déjenme rogar con tenue miedo su amor ausentado,
y buscar la mirada escueta e indiferente del amor revuelto,
me acompaña mi soledad vestida de agua, encallando en mi amado, aquel, esbelto.
Acomodada entre una piedra y una caracola grisácea,
me recubre el cuerpo de espuma salada y arenácea.
Me cae la noche como yo caía sobre mi adorado,
a las cinco de la tarde, como brisa le recorría. Él, siempre callado.
Lancé a la orilla de una ola mi figura casi desvanecida,
mis cabellos haló y una trenza dejó tejida.
Muerta en manos de aquel por el que me dejé envenenar,
esa noche de marea, mi amor con el oleaje dejé arrastrar.
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