viernes, 22 de noviembre de 2013

Joshua

Camino a su casa pensaba en qué prepararía para que él cenara esa noche. Había tráfico en medio de la Ciudad. Yo estaba dentro de un taxi amarillo que reflejaba las luces rojas en el brillante e impecable vidrio de la ventana. Pasamos alrededor de 25 minutos en el tráfico hasta que nos acercamos a la zona en que Ramiro vivía.
Cuando llegué me recibió de una manera extraña.  Me saludó lejanamente y besó mi cuello, cosa que jamás había hecho. Traté de besar sus labios de manera más íntima, pero me detuvo y me preguntó si salía con alguien más.
No me esperaba eso. Así que le respondí que no. Que por el momento solo salía con él y que me gustaba así.
Él me alejó y dejó salir unas palabras muy crueles para mi situación sentimental: Deberías de salir con alguien más. Creo que sería mejor así para ambos. Estar con una persona exclusivamente no es algo que me apetece hacer ahora.
Me quedé helada, pero lo entendí.
Le dije que si quería estar con más personas, estaba bien.
Me dijo que si estaba bien. Yo le dejé ir una confesión que pareció tomar a la ligera: Te amo. No quiero estar con nadie más que contigo, pero sé entender que no ha pasado mucho tiempo desde que este… romance empezó. Solo quiero tu felicidad, y estar con el hombre que amo. Aunque las condiciones no sean las mejores ahora.
-“Muy bien”. Respondió.
Cenamos y luego hicimos el amor.
Cada vez que terminábamos de tener sexo él solía tomar un café que preparaba cuidadosamente con dos filtros de café al momento que yo llegaba a casa. Como anticipándose al hecho del coito y su inclinación a ser un ser de costumbres.
Ese día bebió el café en la mesa y no en la cama. Él sabía que mi corazón estaba un poco roto así que evadió el hecho que no tendría que oír mis reclamos pero que mi energía luego del sexo sería más bien melancólica.
No me quedé a dormir.

Durante los siguientes días quise esconder de mis pensamientos de lo que había pasado esa noche así que traté de distraerme con otras cosas.
Casi no hablé con él durante varios días. En esa semana hicimos el amor dos veces y luego él bebió café, cómo siempre.
A pesar de que la relación se había opacado desde el último acontecimiento, nuestra intimidad parecía no haberse visto afectada en lo más mínimo.
En ese punto, darle placer era una de las cosas que más me llenaba sin importa que, y con su placer surgía el mío.
Aproximadamente una semana después me di por vencida, y como nadie sabía que estaba con él, seguía recibiendo constantes invitaciones de hombres para ir por un trago o ir a cenar.
Decidí aceptar una de ellas, con un sentimiento de resignación.
El hombre con el que saldría era un atractivo hombre más bien excéntrico. Tenía muchas actividades al lado de su carrera pues contaba con bastante tiempo libre y una pequeña fortuna.
Como de sorpresa Ramiro me llamó esa noche preguntándome si hacíamos lo mismo que hacíamos siempre. Comer, charlar, coger y beber café.
Por un momento pensé en decirle que sí y cancelarle a Joshua. Pero puse un pié sobre el otro y le dije que no podía.
-¿Saldrás con alguien más? Me preguntó.
-Trataré. Dije.
-Muy bien, llámame mañana. Y colgó.
Cuándo se acercaba la hora de salir de casa y encontrarme con Joshua recibí otra llamada de Ramiro quién avisaba que pasaría a traer la cámara que me había prestado pues la usaría con su hija esa noche.
Le dije que estaba bien. Que llegara en cuánto antes.
Quince minutos exactamente después el automóvil corinto de Ramiro estacionó afuera.
-Hola. Dije. ¿Quieres pasar o quieres que la traiga afuera?
-No, creo que entraré solo 5 minutos. Quiero algo de beber, pero no quiero retrasarte. Respondió.
-Muy bien.

Al entrar Ramiro me vio de pies a cabeza.
Mira nada más. Qué guapa te has puesto. Como cuándo salíamos las primeras veces o cuándo llegas a casa con alguna lencería nueva.
Ese comentario me molestó un poco. Me sentí un poco invadida y a la vez confundida. Estaba en una situación en la cual yo no quería estar, la busqué por despecho y ahora sentía que se reía frente a mí.
Ramiro se acercó a mi ordenador y se sentó frente a él.
Un mensaje en el chat de Facebook se asomaba.
-“Te veo en una hora allá”.
-¿Joshua? ¿Es él con quién saldrás?. Me interrogó Ramiro.
-Sí. Respondí con un poco de desinterés.
-¡Oh mira nada más! Que buen partido. Te has buscado uno más joven que yo.
-En realidad es un par de años mayor que tú.
-Jajaja, ¡Caramba! Tengo que comenzar a salir a correr.
-¿Querías la cámara o molestarme?
-¿Te molesta que esté acá?
-Sí y no. Te amo tanto, pero me hieres con tu sarcasmo. Quiero hacer lo que tú me pediste. Por favor. Si no quieres nada más, vete. Hablemos mañana.
Se levantó de la silla y me tomó de la cintura. Me dijo: -¿Ya te vas?
Con más fuerza, acercó su pecho al mío y comenzó a besarme. Yo me dejé llevar.
¿Qué más me permitía mi corazón acorazado hacer?
Me besaba con pasión, su lengua pasaba de mi boca a mi cuello, el olor de su saliva comenzó a excitarme. Quitó mi cabello del pecho y con movimientos suaves empezó a desabotonar la blusa verde que llevaba ese día.
Un  brasierre rosado con encaje negro quedó al descubierto. Con más primor bajó sus manos hasta mi falda y la bajó lentamente hasta que se descubrió una braga de encaje negro que dejo caer desde mi cadera hasta donde mis tobillos se encontraban con mis tacones.
Me dio la vuelta y comenzó a lamer con fuerza mi vagina desde atrás.
No pude resistirlo y lancé un gemido al sentir  el tibio aliento de Ramiro adentro de mí.
Como quién está descubriendo por primera vez un cuerpo ajeno me sentía como una niña en un parque de diversiones.
Dejé que me penetrara un poco antes de inclinarme hacía él y comenzar a darle una felación.
Me puse en mis rodillas de espaldas a un espejo y le pedí a Ramiro que se hincara también. Puse mis manos en el suelo también y comencé a masturbarme mientras le daba sexo oral.
Lo sentía ahí. Más íntimo que nunca, más vulnerable. Más cercano a mí.
Me puse de pié y Ramiro se recostó en la cama, su erección era hermosa.
Subí a la cama y me puse en cuclillas hasta quedar de espaldas sobre él. Le pedí que lamiera mi sexo mientras yo me movía sobre él. Puse saliva en mis manos y comencé a masturbarlo.
Después de unos minutos sentí como su miembro se hinchaba cada vez más, sentía los latidos de la sangre llagar a mis manos.
Me paré mientras él me seguía con la mirada, me quité los tacones y me puse de rodillas al frente suyo. Saboreé su pene por una última vez y me senté sobre él.
Mientras me movía de arriba abajo pensaba en la primera vez que lo vi.
Yo estaba en una librería de un centro comercial y él llegó con un amigo mío. Lo supe desde el primer momento. Recordé la sensación que tuve al acercarme a saludarle. Su voz, su olor. Era la misma sensación que sentía en ese momento al sentir su sudor resbalando por mi cuerpo y encontrándose con el mío.
Estaba a punto de venirme cuándo me levanté y me puse sobre la cama, agarré mis piernas, las abrí al frente suyo  y le pedí que me hiciera venir. Le supliqué que él me diera un orgasmo, que por favor, me hiciera venir con un orgasmo suyo.
Se puso sobre mí sujetándome casi violentamente y me penetró. Comenzó a moverse despacio, despacio, luego con más fuerza, hasta que soltó un gemido y yo sentí su orgasmo, sentí como recorría, tibio, adentro de mi e hizo que me viniera en el momento.
Al terminar lo empujé afuera de mí.
Ramiro me besó de nuevo y en un rato se quedó dormido.

Esta vez, no tomó café.

1 comentario:

Victor Hugo dijo...

Me encanta. Excelente poder de narrativa. Al empezar a leerlo me vi en la necesidad de terminarlo. Buen trabajo Ednita.