las gotas se encontraban con el aire y chocaban en mi cara, apenas las sentía caer,
la hipocondría sentimental se hacía sentir cada vez más intensamente,
yo, te veía de lejos, no quería acercarme,
la cobardía invadía cada vez más mis entrañas,
y tu, ahí sentado esperándome con un ramo de florecillas azuladas,
no quería acercarme, no quería.
Veías tu reloj con insistencia, pero no desistías, te quedabas ahí sentado, esperando,
no quería acercarme a ti, no quería,
la gente pasaba, unos tomados de las manos, otros viéndose a los ojos,
el bullicio atentaba en contra de las conversaciones íntimas de los enamorados,
mis zapatos de gamuza se empapaban cada vez más,
el escenario era frío y grisáceo, la melancolía se ajetreaba alrededor mío, como burlándose.
Y ahí estabas tú, viendo al ventanal como un niño,
con tus cabellos que tiraban de grandes entradas en tu frente, con tus perdidos ojos, profundos,
delirante entre café y frustración, delirante entre burla y rencor.
Te vi, de lejos, como un rufián a hurtadillas,
te vi, pero jamás entré.
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