lunes, 1 de junio de 2009

Horizonte

Con la angustia acompañándome en la noche, te vi, 
entre multitudes de petimetre gente y rubor carmesí,
la cabeza levanté y a los pálidos muros contemplé,
entre congeladas cabezas tu figura que algún día habré.

Déjenme pasar, déjenme apretar las manos de mi amado,
déjenme acercarme con tenue miedo de su amor ausentado,
y buscar la mirada escueta e indiferente de el amor revuelto, 
me acompaña mi soledad vestida de mar, encallando en mi amado, aquel, esbelto.

Acomodada entre una piedra y una caracola grisácea, 
me recubre el cuerpo de espuma salada y arenácea.
Me cae la noche como yo caía sobre mi adorado,
a las cinco de la tarde, como brisa le recorría, él, siempre callado.

Lancé a la orilla de una ola mi figura casi desvanecida, 
mis cabellos haló y una trenza dejó tejida.
Muerta en manos de aquel por el que me dejé fascinar,
esa noche de marea, mi amor con el oleaje dejé arrastrar.

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