La tarde era hastiántemente calurosa, Lucía se entretenía cosiendo un vestido floreado con una tela que había hallado entre las gavetas de su hermana, lo único que temía del estampado era que la tela era tan vieja que no parecería un vestido vintage si no que la haría ver como un anacronismo cuando lo usara.
La panadería de la vecindad estaba haciendo el pan de la tarde, un olor a canela y vainilla llegó hasta la ventana de la casa de Lucía, su gato se asomó desde la cocina y le rasguñó un poco el pié. Era la hora de alimentarlo, la comida se había acabado, Lucía salió hasta puerta a ver cómo alumbraba el sol, estaba bastante fuerte, pero el gato estaría hambriento. Tomó doce monedas y un billete de veinte de un cenicero, pero al ver el cenicero se recordó que ya solo tenía dos cigarrillos y decidió sacar su tarjeta de débito de la bolsa.
Buscó su Prada y sacó de ahí su monedero, al abrirlo se encontró con una notita que había entrado debajo de su puerta unos meses atrás, al tenerla en sus manos otra vez sintió una ráfaga de sentimientos que volvieron por un segundo, se enfadó muchísimo y arrugó el papel.
En el papel había una pequeña nota que decía: “Dejando de lado cualquier vanidad, no tengo inconveniente en admitir que te amo, de manera anticuada, como el jarrón lleno de pátina donde guardas tus monedas”.
En ese momento a Lucía le pareció leer la frase más estúpida jamás inventada.
Unos meses antes Lucía había intencionado un idilio con un hombre, siempre se encontraba con él en la calle de Es casado, justo en la esquina de Más de cuarenta y a la vuelta de Es mi doctor.
Él le proporcionaba una sensación pacífica, por supuesto ella no esperaba nada de eso, la verdad era que se sentía muy sola desde que su hermana se había marchado de casa y ella vivía sólo con su gato.
Lucía no exigía nada de ello, no tenía ni veinte años pero si alguna cosa sabía era que la sensación de autocompasión solo surgía cuándo esperabas algo que te negaban.
Lucía veía a su romance dos ó tres veces a la semana, era más fácil verle por las tardes, ya que por las noches nunca era seguro y era bastante obvio, sobretodo cuándo bebían.
La aventura pseudo amorosa duró unos meses hasta que Lucía comenzó a hastiarse de la imposibilidad y del aburrimiento que le provocaba esa rutina que para ella era digresiva en su salud mental.
La aventura resultaba estimulante solo para él a esa altura.
Además estaba cansada en gastar dinero en ropa interior costosa y en anticonceptivos que no le dañaran la piel.
Una tarde Lucía no subió a trabajar y decidió pasar la tarde en casa con sus tres amistades, Lucía tenía un problema para socializar, era bastante grosera y por lo general los temas de conversación que tenía solían ser muy cansados o incómodos.
También quería organizar sus libros y sus zapatos, su sala parecía la Guernica.
Su amante se apareció de la nada, tocó tres veces en la ventana y después dos veces en el timbre, ella sabía que era él, esa era la señal.
Ella abrió la puerta y le dijo que estaba con sus amigos, y que a pesar de ser tan guapo ella preferiría que no lo conocieran porque no quería que su romance se materializara ante los ojos de ellos.
Que sería tan bizarro como si ella conociese a su familia.
El se ofendió y se retiró de inmediato. De alguna manera captó en la hostilidad de Lucía la intensión de acabar las cosas de manera paulatina.
Lucía continuó viéndole unas semanas más, y una mañana un terrible presentimiento se adueñó de ella, y el presentimiento se volvió en un problema real, estaba embarazada.
Ella no lo entendió, usaba anticonceptivos y lo veía muy poco ya.
Esa tarde se encontró con el padre ya dos veces de su infuturo cigoto.
Él lo sabía, porque había cambiado sus anticonceptivos por placebos, Lucía enfureció con la confesión.
Él le recomendó, como su doctor, que no abortara.
Al instante Lucía rió y le agradeció la aventura y experiencia, también le abrazó y se despidió de él.
Él se sorprendió y le rogó no acabar con eso, pero Lucía muy tranquila sugirió una despedida no sentimental, también le juró no estar arrepentida de nada.
Una semana después Lucía abortó.
Ella se recuperaba en casa con un buen ensayo de Saitó Ryoku y con Ray Charles. Estaba tranquila y neurótica como es usual.
Un sobre se asomó debajo de la puerta, ella sabía que era de su ex romance o lo que fuese esa futura síncope.
La nota que seguiría hastiando a Lucía estaba ahí adentro.
Lucía estuvo a punto de sonreír, sin embargo, el romance fue simpático, pero no como para reírse.
Lucía sintió autocompasión.
miércoles, 17 de marzo de 2010
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